Colo Colo y Unión Española, los equipos que Chile envió para disputar el título continental en 1973, abrieron el torneo la noche del 1 de marzo, en un enfrentamiento directo. Solo tres días después, un domingo, el país celebraría elecciones parlamentarias para renovar 25 senadores y 150 diputados. Nadie podía saberlo, pero esas serían las últimas elecciones libres realizadas en Chile durante los siguientes 16 años.
El gobierno de Salvador Allende entró en 1973 viviendo su crisis final. El plan de realizar una transición pacífica al socialismo, dentro de la legalidad y la democracia, había sido gradualmente destrozado por sabotajes internos, boicots internacionales y errores del propio gobierno.
La elección del 4 de marzo era decisiva para los planes de la oposición, que necesitaba dos tercios del Parlamento para iniciar un proceso de impeachment.
No lo lograron. A pesar de la fuerte crisis económica, los candidatos oficialistas aumentaron la participación de la izquierda en el Congreso, alcanzando el 44% de los escaños. Sin impeachment y sin voluntad de diálogo, ya no había alternativa constitucional para interrumpir el mandato de Allende, y la maquinaria del golpe comenzó a moverse.
Era demasiado pronto para prever los próximos pasos, aunque muchos temían —o deseaban— un levantamiento militar, como no faltaban ejemplos en toda América Latina. La única certeza en ese inicio de marzo vino en el campo del Estadio Nacional de Santiago: el Cacique era realmente el mejor equipo de Chile, capaz de soñar con una buena campaña en la Copa. Con una victoria de 5 a 0 sobre los hispanos, se abría la jornada que transformaría al Colo Colo en el primer club chileno en disputar el título más grande del continente.
Cuando llegó al mando del club en 1972, el técnico Luis Álamos venía acompañado de la promesa de abrir las puertas hacia el futuro. Mientras el mundo del fútbol comenzaba a mirar hacia la revolución promovida por el Ajax de Rinus Michels, que pronto pasaría a la Selección Holandesa, muchos analistas chilenos veían en Álamos al hombre más capacitado para hacer algo similar en los campos sudamericanos.
Chile no era precisamente el país más exitoso del continente, pero la responsabilidad depositada en los hombros del nuevo entrenador de Colo Colo tenía justificación: en la pizarra de Álamos se había formado uno de los grandes equipos que el país había visto, el “Ballet Azul” de la Universidad de Chile, un equipo que ganó cuatro campeonatos nacionales en siete temporadas y también había derrotado al Santos de Pelé en el verano de 1963, en medio del bicampeonato mundial del Peixe.
Ese equipo fue la base de la selección chilena que logró el inédito tercer lugar en la Copa del Mundo disputada en casa. Colo Colo, sin embargo, tenía más potencial que La U. Se trataba del club más popular del país, y probablemente el más famoso más allá de las fronteras nacionales.
La campaña que culminó con el subcampeonato coincidió con el último optimismo de la izquierda en Chile: se extendió desde marzo hasta junio, entre las elecciones en las cuales los partidos pro-Allende aumentaron su participación en el Congreso y el primer intento (fallido) de golpe de Estado, ocurrido 23 días después del 6 de junio, cuando Colo Colo perdió 2-1 en Uruguay.